Coparentalidad es uno de esos términos que repentinamente adquirió presencia en el lenguaje de padres, madres, terapeutas, profesores, abogados y jueces, entre muchos otros. Es materia de charlas, clases, seminarios y columnas de opinión. ¿Pero de qué hablamos cuando hablamos de coparentalidad?.
La coparentalidad, básicamente es la capacidad de los padres, o de los adultos que ejercen funciones de cuidado, para trabajar como equipo en las tareas asociadas a la crianza.
Si bien es una definición simple, tiene implicancias relevantes y complejas que se ven mejor si hacemos algunas distinciones.
La primera, es que la coparentalidad hace referencia a un tipo de relación ENTRE los padres y a un modo de cumplir las tareas respecto de sus hijos e hijas. Coparentalidad alude al TRABAJO CONJUNTO que los padres hacen para cumplir con las funciones parentales. El prefijo CO significa “junto con”, “acción en conjunto” o “agregado”, por lo tanto, la coparentalidad es deseable en cualquier relación entre padres, vivan estos juntos o separados, sean pareja o no, e involucra la coordinación entre ambos y el apoyo mutuo en las tareas de crianza.
Una buena relación coparental entonces, requiere que los padres colaboren y cooperen entre sí con un OBJETIVO COMÚN, que es el bienestar y desarrollo de sus hijos e hijas.
En segundo lugar y derivado de la idea de la coparentalidad como relación es importante mirar que, como toda relación, ES SENSIBLE A FACTORES EMOCIONALES O SITUACIONALES que afectan su despliegue y por tanto, afectan también el cumplimiento de las tareas parentales, pudiendo llegar a afectar el desarrollo de sus hijos e hijas.
El conflicto que no es bien resuelto en la pareja que se separa, interfiere en la coparentalidad, disminuyendo la posibilidad de pensar juntos en sus hijos, de trabajar en conjunto, de coordinarse y de colaborar para que sus hijos estén bien. Buenos padres y buenas madres pueden tener una baja coparentalidad con el padre o madre de sus hijos, sin conciencia de la merma que esto significa para los niños. Tener una madre o un padre que se esfuerzan por ser buenos padres y madres no es suficiente si la relación coparental es deficiente.
La investigación ha demostrado ya con creces, que el conflicto alto y sostenido entre los padres tiene un impacto muy negativo y de largo plazo en el desarrollo de los niños y niñas. ¿Por qué?. Porque el conflicto interfiere en el ejercicio de la coparentalidad y una relación entre los padres conflictiva es un entorno emocional adverso, inseguro e incierto para el desarrollo infantil y juvenil.
Una tercera distinción que se hace necesaria, es puntualizar el desafío especialmente complejo que tienen los padres que se han separado como pareja. Disolver el vínculo conyugal y mantener al mismo tiempo el vínculo parental es una, si no la central, de las tareas de una buena separación y probablemente, también la más difícil. En las primeras etapas de la separación es frecuente y esperable un nivel de conflictividad alto, así como una baja disponibilidad emocional de los padres para sus hijos, pues las emociones del quiebre activan los mecanismos de sobrevivencia de cada uno y la relación parental y la relación de la pareja que se está separando, no se distingue con claridad. Las emociones son inestables y confusas y la coparentalidad se tiende a centrar en acuerdos básicos respecto de los hijos y de los temas económicos, para poder hacer la primera reorganización post-separación. La fase de desestructuración propia de este período va pasando poco a poco y debería ir dando lugar a la construcción de una relación coparental más o menos fluida, que siempre requerirá de esfuerzo y mucha voluntad, pues a lo largo de la vida, siempre aparecerán nuevos desafíos que exigirán a esta relación y que necesitará de apoyo externo si aparecen obstáculos -internos o externos- que dificulten la tarea conjunta de los padres y por esto, sólo se queden en los acuerdos y su cumplimiento o incumplimiento.
En términos generales, la baja coparentalidad se relaciona con alta sintomatología en los hijos, pues estos, aunque no entiendan razones, captan los climas emocionales, tienen un radar especial que los hace muy sensibles a las tensiones y al conflicto. Mientras más pequeños, más sensibles, pues no tienen las herramientas que proporciona el lenguaje para mentalizar, comprender y ordenar racionalmente lo que les rodea. Solo viven inmersos en una emocionalidad que les indica que algo no anda bien. No ven a sus padres juntos, cuando están juntos ven que no se saludan, que no se miran, viven con ansiedad estar bien con uno de ellos porque temen que eso disguste al otro, no tienen libertad para expresar la necesidad o incluso el cariño al otro padre o madre, esconden sus emociones o eligen las emociones que comparten con uno y otro para no alterar el frágil equilibrio que perciben entre ellos.
No basta con no pelear o discutir delante de los hijos. Para desarrollarse bien, los hijos necesitan un AMBIENTE RELACIONAL que sea cuidadoso, que vean el amor que los padres tienen por ellos, viviendo en un clima afectivo que les permita sentirse confiados en una relación coparental suficientemente protectora y segura. Un nido que no se rompe porque los padres ya no son pareja.
Los hijos e hijas siempre están creciendo y siempre están aprendiendo. Desde que nacen esos aprendizajes están produciendo conexiones neuronales. La experiencia emocional y la construcción de su sistema nervioso están íntimamente unidos y serán la base de lo que intelectual y afectivamente serán en el futuro. Y, como los niños aprenden lo que ven, no lo que se les dice, ver una relación coparental suficientemente buena tiene un valor esencial para su desarrollo y su vida afectiva y social en la adultez.
La coparentalidad es mucho más que hacer y cumplir acuerdos entre los padres. Los acuerdos son la DIMENSIÓN PRAGMÁTICA básica de ella, pero sin una relación de apoyo mutuo y colaboración, puede no ser diferente a cualquier buena coordinación con cualquier otra persona con quien se puede organizar tareas operativas respecto de los hijos, quedando de lado la imprescindible corresponsabilidad en la crianza, que es el principio jurídico detrás de la coparentalidad como modo de relación.
Ps. Claudia Cáceres P.
Miembro equipo COOPERATI