Con la separación todo se vuelve incertidumbre, para los padres, pero también para sus hijos e hijas.
¿ Qué va a pasar con nosotros?
¿Dónde vamos a vivir?
¿Con quién vamos a vivir?
¿Cuándo vamos a ver al papá?
Aunque todos los miembros de la familia hayan estado viviendo en un clima de alto nivel de conflicto y sufrimiento, este era conocido y cada uno a su manera, había desarrollado algunas herramientas para lidiar con esa tensión. El alto y sostenido nivel de conflicto daña, pero produce acostumbramiento.
En medio de la desestructuración que conlleva la separación como cambio vital, los adultos están en la exigente tarea de lograr una nueva organización en sus vidas y en la de sus hijos.
En medio de los múltiples cambios que la separación implica, el núcleo que se puede mantener más estable es la relación entre los hermanos. En la mayoría de los casos, ellos van a estar juntos en la casa de cada uno de sus padres, en el contacto con los abuelos, en las visitas a los de amigos de cada uno de sus papás , en las noches en una casa nueva. Transitarán juntos entre los espacios físicos y vinculares que constituirán el entramado de esta etapa de sus vidas.
La cercanía entre los hermanos les permite a ellos, apoyarse, compartir sus experiencias, que son sólo de ellos. A nadie más le ha ocurrido exactamente como a ellos, nadie más tiene su historia, ninguno de sus amigos experimenta sus temores y ansiedades específicas, porque es la pareja de SUS padres, la que se separa. Cada separación es única.
Acompañarse en sus miedos, sentir complicidad entre ellos y que no están solos, sino que en una relación que los protege y les da seguridad, esa es la esencia de la hermandad.
La complicidad entre los hermanos es un factor protector, un espacio seguro para expresar sus temores, alegrías, errores, opiniones. En este espacio no está el juicio evaluador del adulto, ni la angustia por el conflicto de lealtades o la necesidad de proteger a los padres.
Es tarea de los adultos permitir y potenciar el desarrollo de este vínculo. Para lograrlo es necesario dejarlo lo más fuera posible del conflicto parental, no dividirlo buscando alianzas en contra del otro padre y tolerar sentirse excluido de ese mundo propio de los hijos.
Dentro de las tantas pérdidas asociadas a la separación, el fortalecimiento de la hermandad puede ser una ganancia que los hijos tengan para toda la vida.
Antonia R.
Equipo Cooperati